viernes, 1 de agosto de 2014

El oficio de la emoción



En las últimas décadas la arquitectura chilena ha mostrado un vigor relevante, con un reconocimiento internacional, que ha acompañado el crecimiento económico del país. Este quehacer pujante ha presentado instancias de reflexión teórica, que ameritan ser revisadas, para esclarecer el trabajo profesional y promover su alcance. El presente artículo comenta las expresiones de teoría de arquitectura en Chile durante el siglo veinte, y especialmente de los últimos años. Revisando documentos teóricos de algunos profesionales, así como la expresión de críticos y recopilaciones de arquitectura nacional reciente. Se analizan también declaraciones de arquitectos jóvenes destacados, que evidencian ciertos aspectos conceptuales comunes. Estas condiciones generales  son; un acendrado compromiso con el desempeño laboral y entusiasmo por las connotaciones vivenciales de las construcciones. Lo que conllevan cierta desatención de proyecciones sociales o tecnológicas, pero que revelan una capacidad proyectual y vinculación local, que debe ser remarcada en la enseñanza, como también complementada para su adecuada trascendencia social. Reconociendo por tanto en el sustento de la destacada producción arquitectónica nacional, en una ética sensible de la práctica (un oficio de la emoción).

La nueva teoría de arquitectura en Chile



Introducción

La arquitectura es lo inalcanzable”, fue la definición entregada por José Cruz Ovalle (2012), recién consagrado Premio Nacional de Arquitectura y único seleccionado chileno en la Bienal Iberoamericana de ese año. Este planteamiento suena arrogante y paradójico, pero la actitud discreta y obras delicadas de Cruz Ovalle, presumen que se refiere a la sensación evanescente del acto creativo, o quizás a la fugaz vivencia de lugares significativos. Lo que se refleja en los sencillos dibujos con que explica sus diseños, o la suave iluminación de sus edificios. De modo que esta enigmática afirmación insinúa la labor de los arquitectos, y el sutil esplendor de sus construcciones. Lo que motiva a comprender la producción local, y en particular la existencia de sentidos transcendentes en las obras. En ese sentido, esta inquietante aseveración, nos ha impulsado a revisar el pensamiento que sustenta la arquitectura chilena.

La actividad profesional en el país, ha estado acompañada por algunas instancias de reflexión, desde testimonios personales hasta acciones colectivas, vinculadas al devenir internacional de la disciplina y al desarrollo nacional. Este artículo pretende revisar la reciente evolución teórica de la arquitectura nacional, comentando documentos y entrevistas de profesionales destacados, en particular del escenario contemporáneo. Con la intención de conocer las guías conceptuales del quehacer laboral, con el fin de extender sus posibilidades, especialmente en la enseñanza.
   
Las teorías de arquitectura en el territorio nacional pueden remontarse al manual que Brunet de Baines elaboró en 1850 para iniciar la enseñanza de la disciplina en la Universidad de Chile (UCH, 1999), con una orientación Beaux-Arts, que aparentemente cimentó la prolija formación arquitectónica nacional. Pero, como interpretaciones más propiamente locales, puede considerarse la discusión que generó el arribo de la arquitectura moderna en el país a mediados del siglo XX, a través de revistas, eventos y transformaciones universitarias, como también por diversas obras señeras (comentadas en Eliash y Moreno, 1989). Esta controversia, incentivada por la situación algo insular del país, motivó posteriormente algunos documentos y agrupaciones que intentaron refundar la disciplina. En particular los textos de José Ricardo Morales (1966) y Juan Borchers (1968), quienes desde distintas perspectivas (una más academicista y otra más independiente), plantearon vastas esfuerzos de definición de la arquitectura.

En las décadas sucesivas, mientras el horizonte mundial de la arquitectura se embrollaba entre los desencantos modernistas y las tendencias post-ismos, esta ambición fundacional es reiterada en el país a través de acciones colectivas, que en un texto anterior (García, 2006) reconocimos en tres fases; la Escuela de Valparaíso entre los 60 y 70, la Modernidad Apropiada en los 80, y la Escuela de Santiago en los 90.

Comenzando por la renovación pedagógica de la Escuela de Arquitectura de la UCV, iniciada en 1952 (Pérez y Pérez, 2003), y que ha persistido hasta la actualidad como una visión refrescante y sensible del trabajo disciplinario, con una notable repercusión académica, aunque de exigua producción laboral.

Después, en los años ochenta, jóvenes profesionales de la capital impulsaron bienales y encuentros latinoamericanos, para promover una discusión gremial frente al desconcierto del post-modernismo. Con una introspección, que llevo acuñar el término de “modernidad apropiada” (Fernández Cox, 1989), abarcando desde la adaptación tecnológica hasta la re-interpretación vernácula. Promoviendo una mirada propia, aunque algo ecléctica, que se difundió por el continente e impulsó al menos una discusión de la actividad profesional.

Luego, a partir de los años 90 las obras de varios jóvenes arquitectos nacionales comenzaron a ser difundidos internacionalmente. Aunque renegando de posturas ideológicas o agrupaciones, ciertamente corresponden a un mismo territorio y poseen algunas similaridades, que llevaron a uno de sus protagonistas a reconocerlos como la “Escuela de Santiago”  (Aravena, 2000). En contraposición a la experiencia de la UCV, remarcando una cierta autonomía, focalizada en el trabajo formal, que otro testigo del periodo califico como “lógicas proyectuales” (Torrent, 2000). Mientras algunas voces locales criticaron la simplicidad de sus diseños (Valenzuela, 2006), y otros comentaristas externos han reprochado su dedicación a obras elitistas y exóticas (Fernández Galiano, 2006), pero indudablemente con una prominente visibilidad en los medios. Esta trayectoria nacional la resumíamos en una relevancia de la condición geográfica y constructiva de las obras, que sitúa y fortalece los diseños, pero les desvincula de su contexto cultural (García, 2006). 

En la última década la arquitectura chilena parece extenderse en un devenir semejante. La notoriedad de la producción nacional en el ambiente latinoamericano y global ha persistido, con una amplitud de participantes. Es decir, no se ha quedado en unos pocos profesionales (aunque varios son reiterados), sino se pueden reconocer obras de más de un centenar de arquitectos chilenos, premiadas o publicadas alrededor del mundo. Muchos de ellos con poco tiempo de ejercicio, lo que es una expresión de desarrollo disciplinar. También, se advierte una sostenida actividad gremial y bibliográfica, incluyendo el surgimiento de la web “plataformaarquitectura”. Respaldado (con críticas dispares), por un sustancial aumento de escuelas universitarias y su subsecuente incremento de egresados, participando en una creciente actividad inmobiliaria, edificación industrial y superficies comerciales, que se exportan por el continente. De manera similar a varias naciones latinoamericanas que han extendido su quehacer, aunque Chile se ha distinguido por su intensidad y liberalidad, con agudas recriminaciones gremiales y académicas, pero indudablemente impulsando la actividad disciplinar.   

En este vigoroso horizonte profesional, se encuentran algunos planteamientos teóricos, aunque en general se reprocha la precariedad intelectual. Pero, al menos en el campo arquitectónico, algunos participantes destacados han entregado documentos reflexivos, se han realizado diversos esfuerzos editoriales para recopilar la producción local y diversos jóvenes profesionales exponen, no solo obras novedosas, sino también declaraciones de su actividad. Revisar estos testimonios permite aproximarse al sustrato conceptual del trabajo arquitectónico en el país.



El legado de los maestros

En los últimos años se han editado cinco libros con reflexiones de la arquitectura en Chile, lo que expresa cierta vitalidad teórica local. Estos textos han sido elaborados por profesionales experimentados; Premios Nacionales de Arquitectura y/o con dilatada experiencia académica. Nos referimos a documentos de Fernando Pérez (2009), Alberto Cruz (2010), Enrique Browne (2011), Cristian Fernández Cox (2011) y Raúl Irarrázaval (2012). Aunque no hay mucha evidencia de su repercusión local, indudablemente estos textos intentan legar orientaciones al quehacer laboral y formativo.

El documento de Pérez (2009) está integrado en un libro editado por Francisco Liernur como “curador”, que pretende retratar la arquitectura y ciudad de las décadas recientes en Chile. Con prólogo del historiador Alfredo Jocelyn-Holt, se compone de cuatro capítulos; uno del mismo Liernur, otro del italiano Federico Deambrois sobre la arquitectura nacional en las revistas extranjeras, otro de Pedro Bannen sobre desarrollo urbano, y uno de Fernando Pérez, conocido por escarmenar la realidad arquitectónica nacional. Su capítulo recopila la actividad social, gremial y académica hasta los años setenta, expresando una intensa labor profesional con sensibilidad cultural. Los autores restantes se aventuran más en los periodos contemporáneos, con elogios a la producción nacional, pero también escepticismos respecto a su elaboración intelectual. 

El libro de Alberto Cruz (2010), fundador de la Ciudad Abierta y la Escuela de Valparaíso, aunque formalmente retirado de la actividad universitaria, parece ser un documento central de su reflexión pedagógica, ya que lo dedica al acto fundamental de la creación arquitectónica. El texto presenta en paralelo una versión manuscrita, tachonada de pequeños dibujos personales, y al costado, otra versión (o interpretación) en letra imprenta, desplegando una revisión disciplinaria jalonada con explicaciones de diagramación. Como ha sido frecuente en los escritos de este grupo, la redacción es enrevesada, pero remarca una definición sucesiva del contenido principal de la arquitectura, con novedosas y esclarecedoras observaciones. Renegando eso sí, de cualquier referencia, o incluso, de ejemplos propiamente arquitectónicos (probablemente para evitar una interpretación banal), y confía en el lenguaje escrito y sus connotaciones semánticas, así como en detalles cotidianos, para tejer una significativa disquisición arquitectónica. Cargada de sentimiento (al identificarse primero con la melancolía), y con una actitud casi redentora (afirmando que “se da casa para darse casa”), con delicada atención a lo inmediato, y recurrente confianza en las artes (de la poesía, la música y las matemáticas).

Browne (2011) al contrario, utiliza en su libro una gramática coloquial para comentar diversos dilemas profesionales y posturas personales. Remarca la situación ambiental y critica severamente la mediatización gremial (de la que no deja de formar parte), reiterando una visión laboral que se expresa en edificios construidos. El documento, prologado por el afamado crítico español Luis Fernández Galiano, difícilmente se estructura como un planteamiento teórico, aunque trasluce conceptos e intenciones prácticas, así como acotaciones sobre la producción local. Expresando diversas demandas hacia la evolución ecológica y social de la arquitectura nacional.

El libro de Fernández Cox (2011), parece pretende ser un tratado de la disciplina, también prologado por un destacado intelectual hispano (Josep Montaner), se distribuyó gratuitamente a todos los asociados del Colegio de Arquitectos de Chile. Propone una estructura teórica en torno al neologismo de la “bienestancia”, recurriendo a los paradigmas sistémicos y organicistas, incrustado de comentarios personales sobre distintas obras internacionales, anécdotas, citas extensas y apartados con sus proyectos. Con múltiples referencias, remarca la interrelación de los distintos aspectos del trabajo arquitectónico, trasluciendo una tensión entre las condiciones funcionales y culturales.

Irarrázaval (2012), con una trayectoria vinculada a la arquitectura histórica del centro del país, plantea una postura sensible a las formas y a los efectos de la luz en las tipologías constructivas. Conectando la tradición patrimonial con el paisaje local, acompañado de delicados dibujos a mano. Con una aproximación consistente y abierta, aunque de estrecho desarrollo estilístico, presenta un recorrido del trabajo arquitectónico, quizás de escasa aplicación. Llamando persistentemente la atención por los efectos ambientales y los detalles formales históricos.

Estos textos expresan una herencia conceptual de relevantes profesionales chilenos, con un heterogéneo desarrollo intelectual, pero una inquietud similar. Preocupados por esclarecer posturas de la actividad arquitectónica que apunten el diseño apropiado de espacios para sus ocupantes, con sensibilidad a las vivencias y situaciones locales.
 


El registro de los críticos y las compilaciones

Después que en la década del 90 varias revistas extranjeras de arquitectura le dedicarán números completos a obras recientes en Chile, estos últimos años han aparecido solamente recopilaciones latinoamericanas, aunque con nutrida participación chilena. Esto se ha compensado con diversas compilaciones locales de repercusión internacional, además de libros monográficos de oficinas consagradas, y especialmente de arquitectos jóvenes, incluyendo algunas elaboradas desde prestigiosas editoriales europeas. Así como un sostenido circuito de bienales y eventos, que exponen reiteradamente obras y discursos de profesionales chilenos.

Dos libros recientes, ambos de editoriales independientes y de cuidadosa factura, intentan recoger y difundir una muestra selecta de la arquitectura chilena actual. “Blanca Montaña”, editada por Tomas Andreu y Blanca Pertuze de Puro Chile, y “Pulso” (2008), editada por Jeannette Plaut con la editorial Constructo. Los dos también confían en respetados teóricos extranjeros su presentación inicial; Miquel Adria (editor de la revista mexicana Arquine) en “Blanca Montaña”, además de comentarios teóricos de Horacio Torrent y Pablo Allard, y el historiador norteamericano Kenneth Frampton en “Pulso”. Así mismo, ambos documentos desarrollan una nutrida muestra fotográfica de un centenar de obras (coincidiendo en varias de ellas), con una impresión de peso y calidad. Los textos ensalzan reiteradamente la producción local, enfatizando su inserción en el paisaje, capacidad individual y particular sintonía con el escenario internacional. El recorrido visual de los edificios expuestos da cuenta de su variedad formal y cromática, dentro de cánones constructivos, rodeados de entornos diversos de color y textura.

Estos notables empeños editoriales han sido acompañados también de una profusa aparición de revistas. Varias independientes, con algún sentido comercial o artístico (o combinando ambos), como “Trace”, de la misma editora Constructo, que intenta recoger textos y obras significativas, “Ambientes” y “Diseño+Arquitectura” que mezclan realizaciones nacionales y extranjeras, o las más erráticas y críticas  “Cientodiez” o “SPAM”, como también las profesionales “CA” del Colegio de Arquitectos, y “AOA” de la asociación de oficinas de arquitectos. Además de una veintena o más revistas de distintas escuelas de arquitectura, las cuales han respaldado su expansión con nuevas publicaciones periódicas, casi en cada una de ellas, y en las instituciones más antiguas con tres o cuatro, sin diferenciarse mucho temáticamente. En gran parte iniciadas para divulgar trabajos locales, aunque luego las indexaciones y debates universitarios, las abren a elaboraciones de amplio espectro, con programaciones azarosas que dificultan su continuidad y menoscaban su divulgación. De modo, que aunque recogen testimonios recientes, es difícil percibir su conjunción.

Los libros monográficos presentan, al menos por ahora, una persistencia y concentración que les permite divulgar más claramente su contenido. Destacando la Editorial ARQ de la U. Católica de Santiago, que en la última década ha editado casi cincuenta libros, con cerca de una veintena de monografías de arquitectos, de los cuales la mitad corresponde a jóvenes locales, realizando un notable esfuerzo de recopilación. Aunque la gran mayoría de éstos son egresados de su propia institución, lo que evidencia un sesgo promocional. El material fotográfico ocupa claramente gran parte de los documentos, con planos de cuidadosa elaboración, pero escasa representatividad y sucintas descripciones (algunas repetidas entre sus mismos textos). Usualmente complementados con breves presentaciones o escritos de los autores, que suelen reflexionar sobre aspectos disciplinares con tangenciales menciones a sus propias obras. La tradicional editorial española Gustavo Gili ha editado también tres monografías de jóvenes arquitectos chilenos (Klotz, Pezo y Radic).

Otras instituciones nacionales han editado monografías de arquitectos locales, pero más escasas y diversas, junto a documentos de desarrollo urbano, educativo, constructivo o histórico. También algunos profesionales son articulistas permanentes en periódicos nacionales (Klotz, Assadi, Gray), con comentarios variopintos. Evidenciando que hay una difusión profusa, pero escasa revisión de la producción o registro de su pensamiento, en especial desde medios académicos. La exhibición de obras adopta así mismo una perspectiva de lo exótico, del paraje natural. Limitados a edificios de un alcance y visibilidad casi nulas para el común de la gente. Esto constituye una visión sesgada de uno de los países con mayor tasa de población urbana, y por tanto expresando una arquitectura irrelevante para el común de la gente y casi nada sobre aquella arquitectura que vivimos a diario. Lo que contrasta con la vigorosa actividad nacional, y declaraciones de profesionales avezados, comentaristas externos o los mismos autores recientes.



La voz de los jóvenes profesionales

Una expresión del pensamiento de los nuevos arquitectos se puede encontrar en las entrevistas realizadas en “Plataforma Arquitectura”. Este sitio, emergido también de jóvenes profesionales nacionales, se ha convertido en un medio de alta preferencia, tanto en el ámbito hispanoamericano, como también crecientemente anglosajón (con “archdaily” en inglés) y brasilero (con su versión en portugués). Aunque con intereses y contenidos ambiguos, presenta una divulgación persistente de arquitectura, brindando una particular difusión a la producción chilena. Aunque las nuevas tecnologías de comunicación, son regularmente criticadas por su excesiva visualidad y superficialidad, esto no parece amedrentar a las nuevas generaciones, que la utilizan como fuente de información principal.

Desde el año 2009, en este medio se han publicado unas cincuenta entrevistas a arquitectos sobre su trabajo, respondiendo las mismas preguntas. Más de veinte de estas sesiones se han dedicado a profesionales chilenos, quince de éstos egresados en la última década y media. Lo que constituye un retrato de la postura conceptual de jóvenes profesionales, en especial porque son seleccionados por tener premios u obras destacadas. Como también, porque si aceptan ser entrevistados, es que suponen tener algo que decir. En este sentido, es un conjunto selecto y expresivo, considerando además que las preguntas no se refieren a describir sus obras o actividades, sino a su definición de arquitectura, el rol profesional, el trabajo colectivo y postura frente a los nuevos medios, así como recomendaciones para estudiantes.

Igualmente llama la atención en sus declaraciones la reiterada mención a sus esfuerzos laborales, al sacrificio de montar oficinas, la dedicación combinada de docencia, concursos, encargos institucionales o residenciales, diseño de muebles o interiores; así como a la incesante relación con especialistas o mandantes; y a quehaceres cotidianos. Esquivando mayores desarrollos intelectuales, pero haciéndose cargo de cierta reflexión y continuidad de su trabajo.

De modo similar, se revela una formación mayoritaria en universidades tradicionales (incorporando levemente nuevas instituciones educativas), con postgrados prestigiosos, estancias internacionales o trabajo previos en oficinas destacadas. Así como una trayectoria inicial en viviendas unifamiliares de la periferia o de descanso, pasando, luego de varios años, a establecimientos educacionales o de servicios, conjuntos inmobiliarios, oficinas y hoteles, incluso decoración y productos, que alcanzan prontamente notoriedad en el país y el extranjero. En ese recorrido asombra la escasa presencia del diseño urbano, la gestión pública, la edificación social, rehabilitaciones patrimoniales o el desarrollo académico o industrial. Los cuales son prácticamente omitidos, a pesar de constituir temas centrales del debate local y la actividad nacional.
 
Las respuestas a preguntas principales de la disciplina son variadas y personales, con un rechazo persistente a sostener modelos generales, revelando que al menos en un nivel explícito, se carece de consensos conceptuales. A la vez que revelan impotencia y contradicciones en las proyecciones laborales. Lo que insinúa una ansiedad por un mayor rol y coherencia gremial.

Se evidencia una diversidad de definiciones que plantean la disciplina en un sentido antropocéntrico y formal (“la relación del hombre con el espacio físico” dice R. Duque; “el espacio de la gente”, declara F. Assadi), con referencias veladas a la percepción cualitativa de cada proyecto. Titubeando entre horizontes globales y problemas locales, entre intereses personales y demandas del encargo, y entre el cambio creativo y los valores perennes. Lo que se revela en la pregunta sobre “innovación”, que primero aprueban enfáticamente para justificar la diversidad de los diseños, pero luego matizan frente a la herencia histórica de la disciplina, sin revisar su condición socialmente transformadora.

Los fragmentos visuales de sus obras, intercalados en los videos de las entrevistas, exponen una intensidad tectónica y formal de los edificios y entornos, que contrasta con la moderación de sus declaraciones. De modo que estos documentos revelan testimonios profesionales, que se deben sopesar con su propio desempeño. También evidencian una audacia expositiva, que probablemente debería extenderse más en los ámbitos gremiales o académicos, aunque escasea la argumentación.  


Conclusiones

Las expresiones teóricas recientes de la arquitectura chilena son variadas, pero convergentes en ciertas condiciones. El eje territorial-constructivo que comparecía en los testimonios de las décadas anteriores, parece haberse remarcado en un sentido emocional-pragmático. En que la heterogénea realidad geográfica del país incita la sensibilidad material y formal de la inserción en el paisaje; y la actividad laboral concentra las capacidades proyectuales. Este sustrato conceptual parece enfocar el quehacer profesional en un desarrollo meticuloso que persigue una impresión perceptual. Elaborando cuidadosamente la obra para provocar sensaciones espaciales. Esta motivación parece ser la “teoría” (o interés de fondo) que conduce el trabajo arquitectónico local, sin concepciones explícitas, sino como una actitud de valores íntimos y tácitamente consensuados.

Lo que se forja en la enseñanza universitaria, especialmente a través de los talleres de diseño, parcos en afirmaciones, pero contundentes en sus afanes y en la selectividad formal. Luego se refuerza en la actividad profesional, por una comunidad gremial y medios de difusión, con débil organización, pero apasionada visualidad. Esta cultura académica y corporativa, inculca una ética de trabajo consistente y expresiva, que aquilata arquitectos escuetos en manifestaciones, pero comprometidos con un desarrollo proyectual sensible. Asegurando la formulación de obras pertinentes y significativas, aunque el reconocimiento sea fundamentalmente constructivo o gremial, es decir que se puedan ejecutar y destacar en la disciplina. Confiando en la persistencia de los encargos y en la valoración de los colegas (o al menos la propia, y tarde o temprano de los usuarios), que luego se traspase socialmente para sustentar un desarrollo profesional. Este sentido conceptual, es una fortaleza en la medida que constituye un compromiso trascendente, más allá de la demanda inmediata de los clientes, intentando proveer una contribución relevante.

Sin embargo esta potente capacidad posee un énfasis pragmático y epidérmico, que desestima las condiciones culturales generales y las proyecciones de su quehacer (Frampton, 1999; Plowright, 2009). Lo que se advierte en la tenaz resistencia a adscripciones colectivas, o a las experimentaciones tangenciales, los arquitectos locales parecen afanados en su obra puntual, novedosa y delicada, pero respetuosa de las tradiciones disciplinares. Lamentándose del deterioro urbano y social, pero persistiendo en una visión particular y formalista. Cuando precisamente han sido los desarrollos tecnológicos o culturales los que han motivado las principales transformaciones de la arquitectura. La bóveda, el hormigón armado, la industrialización o la higiene han promovido nuevos tipos de edificios y modificado las ciudades, combinado con desarrollos estéticos. Como lo demostraron los arquitectos modernos planteando sueños revolucionarios, como también espacios notables.

Podríamos decir entonces que la arquitectura chilena contemporánea le debe más al aprendizaje y práctica de un oficio que a una desarrollo intelectual, lo cual lejos de constituirse en debilidad debe ser mirado como una ventaja. A falta de una formulación teórica explícita, y con una cierta cuota de ingenuidad,  se ha diluido la frontera entre pensamiento y proyecto generando una visión crítica a partir de la experiencia proyectual.

Es relevante reconocer estas potencialidades en la enseñanza profesional, para asegurar la orientación práctica y sensible que está conformando arquitectos destacados y obras significativas, pero también avizorar su complemento social y técnico, que otorgue mayor proyección para la calidad de vida. De modo que para sostener una formación consistente, se debe remarcar la capacidad proyectual, con atención a la situación local y desarrollo compositivo. Pero además integrar progresivamente una reflexión cultural y experimental, que permita comprender el devenir social y protagonizar innovaciones sustanciales en el desarrollo urbano y constructivo. 

Agradecimientos
Se agradecen los valiosos comentarios de Rodrigo Chauriye (Arqto. UCH) y Rubén Muñoz (Dr. Arqto.UBB). Este artículo, elaborado en el verano del 2013, proviene del proyecto de investigación DIUBB 061702-3

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