En las últimas décadas la arquitectura
chilena ha mostrado un vigor relevante, con un reconocimiento internacional, que
ha acompañado el crecimiento económico del país. Este quehacer pujante ha presentado
instancias de reflexión teórica, que ameritan ser revisadas, para esclarecer el
trabajo profesional y promover su alcance. El presente artículo comenta las
expresiones de teoría de arquitectura en Chile durante el siglo veinte, y especialmente
de los últimos años. Revisando documentos teóricos de algunos profesionales,
así como la expresión de críticos y recopilaciones de arquitectura nacional
reciente. Se analizan también declaraciones de arquitectos jóvenes destacados, que
evidencian ciertos aspectos conceptuales comunes. Estas condiciones generales son; un acendrado compromiso
con el desempeño laboral y entusiasmo por las connotaciones vivenciales de las
construcciones. Lo que conllevan cierta desatención de proyecciones sociales o tecnológicas,
pero que revelan una capacidad proyectual y vinculación local, que debe ser
remarcada en la enseñanza, como también complementada para su adecuada trascendencia
social. Reconociendo por tanto en el sustento de la destacada producción arquitectónica
nacional, en una ética sensible de la práctica (un oficio de la emoción).
La nueva teoría de arquitectura en Chile
Introducción
“La
arquitectura es lo inalcanzable”, fue la definición entregada por José Cruz
Ovalle (2012), recién consagrado Premio Nacional de Arquitectura y único seleccionado
chileno en la Bienal Iberoamericana de ese año. Este planteamiento suena arrogante
y paradójico, pero la actitud discreta y obras delicadas de Cruz Ovalle, presumen
que se refiere a la sensación evanescente del acto creativo, o quizás a la fugaz
vivencia de lugares significativos. Lo que se refleja en los sencillos dibujos
con que explica sus diseños, o la suave iluminación de sus edificios. De modo que esta
enigmática afirmación insinúa la labor de los arquitectos, y el sutil esplendor
de sus construcciones. Lo que motiva a comprender la producción local, y en
particular la existencia de sentidos transcendentes en las obras. En ese sentido, esta
inquietante aseveración, nos ha impulsado a revisar el pensamiento que sustenta
la arquitectura chilena.
La actividad profesional en el país,
ha estado acompañada por algunas instancias de reflexión, desde testimonios
personales hasta acciones colectivas, vinculadas al devenir internacional de la
disciplina y al desarrollo nacional. Este artículo pretende revisar la
reciente evolución teórica de la arquitectura nacional, comentando documentos y
entrevistas de profesionales destacados, en particular del escenario
contemporáneo. Con la intención de conocer las guías conceptuales del quehacer
laboral, con el fin de extender sus posibilidades, especialmente en la
enseñanza.
Las teorías de arquitectura en el
territorio nacional pueden remontarse al manual que Brunet de Baines elaboró en
1850 para iniciar la enseñanza de la disciplina en la Universidad de Chile (UCH,
1999), con una orientación Beaux-Arts, que aparentemente cimentó la prolija
formación arquitectónica nacional. Pero, como interpretaciones más propiamente
locales, puede considerarse la discusión que generó el arribo de la
arquitectura moderna en el país a mediados del siglo XX, a través de revistas,
eventos y transformaciones universitarias, como también por diversas obras
señeras (comentadas en Eliash y Moreno, 1989). Esta controversia, incentivada
por la situación algo insular del país, motivó posteriormente algunos
documentos y agrupaciones que intentaron refundar la disciplina. En particular
los textos de José Ricardo Morales (1966) y Juan Borchers (1968), quienes desde
distintas perspectivas (una más academicista y otra más independiente), plantearon
vastas esfuerzos de definición de la arquitectura.
En las décadas sucesivas, mientras el
horizonte mundial de la arquitectura se embrollaba entre los desencantos modernistas
y las tendencias post-ismos, esta ambición fundacional es reiterada en el país a
través de acciones colectivas, que en un texto anterior (García, 2006) reconocimos
en tres fases; la Escuela de Valparaíso entre los 60 y 70, la Modernidad
Apropiada en los 80, y la Escuela de Santiago en los 90.
Comenzando por la renovación
pedagógica de la Escuela de Arquitectura de la UCV, iniciada en 1952 (Pérez y
Pérez, 2003), y que ha persistido hasta la actualidad como una visión
refrescante y sensible del trabajo disciplinario, con una notable repercusión académica,
aunque de exigua producción laboral.
Después, en los años ochenta, jóvenes
profesionales de la capital impulsaron bienales y encuentros latinoamericanos,
para promover una discusión gremial frente al desconcierto del post-modernismo.
Con una introspección, que llevo acuñar el término de “modernidad apropiada”
(Fernández Cox, 1989), abarcando desde la adaptación tecnológica hasta la re-interpretación
vernácula. Promoviendo una mirada propia, aunque algo ecléctica, que se
difundió por el continente e impulsó al menos una discusión de la actividad profesional.
Luego, a partir de los años 90 las
obras de varios jóvenes arquitectos nacionales comenzaron a ser difundidos
internacionalmente. Aunque renegando de posturas ideológicas o agrupaciones, ciertamente
corresponden a un mismo territorio y poseen algunas similaridades, que llevaron
a uno de sus protagonistas a reconocerlos como la “Escuela de Santiago” (Aravena, 2000). En contraposición a la experiencia
de la UCV, remarcando una cierta autonomía, focalizada en el trabajo formal,
que otro testigo del periodo califico como “lógicas proyectuales” (Torrent,
2000). Mientras algunas voces locales criticaron la simplicidad de sus diseños
(Valenzuela, 2006), y otros comentaristas externos han reprochado su dedicación
a obras elitistas y exóticas (Fernández Galiano, 2006), pero indudablemente con
una prominente visibilidad en los medios. Esta trayectoria nacional la resumíamos
en una relevancia de la condición geográfica y constructiva de las obras, que
sitúa y fortalece los diseños, pero les desvincula de su contexto cultural (García,
2006).
En la última década la arquitectura
chilena parece extenderse en un devenir semejante. La notoriedad de la
producción nacional en el ambiente latinoamericano y global ha persistido, con
una amplitud de participantes. Es decir, no se ha quedado en unos pocos
profesionales (aunque varios son reiterados), sino se pueden reconocer obras de
más de un centenar de arquitectos chilenos, premiadas o publicadas alrededor
del mundo. Muchos de ellos con poco tiempo de ejercicio, lo que es una
expresión de desarrollo disciplinar. También, se advierte una sostenida actividad
gremial y bibliográfica, incluyendo el surgimiento de la web
“plataformaarquitectura”. Respaldado (con críticas dispares), por un sustancial
aumento de escuelas universitarias y su subsecuente incremento de egresados, participando
en una creciente actividad inmobiliaria, edificación industrial y superficies
comerciales, que se exportan por el continente. De manera similar a varias naciones
latinoamericanas que han extendido su quehacer, aunque Chile se ha distinguido
por su intensidad y liberalidad, con agudas recriminaciones gremiales y académicas,
pero indudablemente impulsando la actividad disciplinar.
En este vigoroso horizonte
profesional, se encuentran algunos planteamientos teóricos, aunque en general se
reprocha la precariedad intelectual. Pero, al menos en el campo arquitectónico,
algunos participantes destacados han entregado documentos reflexivos, se han
realizado diversos esfuerzos editoriales para recopilar la producción local y diversos
jóvenes profesionales exponen, no solo obras novedosas, sino también
declaraciones de su actividad. Revisar estos testimonios permite aproximarse al
sustrato conceptual del trabajo arquitectónico en el país.
El legado de los
maestros
En los últimos años se han editado
cinco libros con reflexiones de la arquitectura en Chile, lo que expresa cierta
vitalidad teórica local. Estos textos han sido elaborados por profesionales
experimentados; Premios Nacionales de Arquitectura y/o con dilatada experiencia
académica. Nos referimos a documentos de Fernando Pérez (2009), Alberto Cruz
(2010), Enrique Browne (2011), Cristian Fernández Cox (2011) y Raúl Irarrázaval
(2012). Aunque no hay mucha evidencia de su repercusión local, indudablemente estos
textos intentan legar orientaciones al quehacer laboral y formativo.
El documento de Pérez (2009) está
integrado en un libro editado por Francisco Liernur como “curador”, que pretende
retratar la arquitectura y ciudad de las décadas recientes en Chile. Con
prólogo del historiador Alfredo Jocelyn-Holt, se compone de cuatro capítulos;
uno del mismo Liernur, otro del italiano Federico Deambrois sobre la
arquitectura nacional en las revistas extranjeras, otro de Pedro Bannen sobre
desarrollo urbano, y uno de Fernando Pérez, conocido por escarmenar la realidad
arquitectónica nacional. Su capítulo recopila la actividad social, gremial y
académica hasta los años setenta, expresando una intensa labor profesional con
sensibilidad cultural. Los autores restantes se aventuran más en los periodos
contemporáneos, con elogios a la producción nacional, pero también
escepticismos respecto a su elaboración intelectual.
El libro de Alberto Cruz (2010),
fundador de la Ciudad Abierta y la Escuela de Valparaíso, aunque formalmente
retirado de la actividad universitaria, parece ser un documento central de su
reflexión pedagógica, ya que lo dedica al acto fundamental de la creación
arquitectónica. El texto presenta en paralelo una versión manuscrita, tachonada
de pequeños dibujos personales, y al costado, otra versión (o interpretación)
en letra imprenta, desplegando una revisión disciplinaria jalonada con
explicaciones de diagramación. Como ha sido frecuente en los escritos de este
grupo, la redacción es enrevesada, pero remarca una definición sucesiva del
contenido principal de la arquitectura, con novedosas y esclarecedoras
observaciones. Renegando eso sí, de cualquier referencia, o incluso, de ejemplos
propiamente arquitectónicos (probablemente para evitar una interpretación banal),
y confía en el lenguaje escrito y sus connotaciones semánticas, así como en
detalles cotidianos, para tejer una significativa disquisición arquitectónica.
Cargada de sentimiento (al identificarse primero con la melancolía), y con una
actitud casi redentora (afirmando que “se
da casa para darse casa”), con delicada atención a lo inmediato, y
recurrente confianza en las artes (de la poesía, la música y las matemáticas).
Browne (2011) al contrario, utiliza en
su libro una gramática coloquial para comentar diversos dilemas profesionales y
posturas personales. Remarca la situación ambiental y critica severamente la
mediatización gremial (de la que no deja de formar parte), reiterando una
visión laboral que se expresa en edificios construidos. El documento, prologado
por el afamado crítico español Luis Fernández Galiano, difícilmente se
estructura como un planteamiento teórico, aunque trasluce conceptos e
intenciones prácticas, así como acotaciones sobre la producción local.
Expresando diversas demandas hacia la evolución ecológica y social de la
arquitectura nacional.
El libro de Fernández Cox (2011), parece
pretende ser un tratado de la disciplina, también prologado por un destacado
intelectual hispano (Josep Montaner), se distribuyó gratuitamente a todos los
asociados del Colegio de Arquitectos de Chile. Propone una estructura teórica
en torno al neologismo de la “bienestancia”, recurriendo a los paradigmas
sistémicos y organicistas, incrustado de comentarios personales sobre distintas
obras internacionales, anécdotas, citas extensas y apartados con sus proyectos.
Con múltiples referencias, remarca la interrelación de los distintos aspectos
del trabajo arquitectónico, trasluciendo una tensión entre las condiciones
funcionales y culturales.
Irarrázaval (2012), con una
trayectoria vinculada a la arquitectura histórica del centro del país, plantea
una postura sensible a las formas y a los efectos de la luz en las tipologías
constructivas. Conectando la tradición patrimonial con el paisaje local,
acompañado de delicados dibujos a mano. Con una aproximación consistente y abierta,
aunque de estrecho desarrollo estilístico, presenta un recorrido del trabajo
arquitectónico, quizás de escasa aplicación. Llamando persistentemente la
atención por los efectos ambientales y los detalles formales históricos.
Estos textos expresan una herencia
conceptual de relevantes profesionales chilenos, con un heterogéneo desarrollo
intelectual, pero una inquietud similar. Preocupados por esclarecer posturas de
la actividad arquitectónica que apunten el diseño apropiado de espacios para
sus ocupantes, con sensibilidad a las vivencias y situaciones locales.
El registro de los
críticos y las compilaciones
Después que en la década del 90 varias
revistas extranjeras de arquitectura le dedicarán números completos a obras
recientes en Chile, estos últimos años han aparecido solamente recopilaciones
latinoamericanas, aunque con nutrida participación chilena. Esto se ha
compensado con diversas compilaciones locales de repercusión internacional,
además de libros monográficos de oficinas consagradas, y especialmente de
arquitectos jóvenes, incluyendo algunas elaboradas desde prestigiosas
editoriales europeas. Así como un sostenido circuito de bienales y eventos, que
exponen reiteradamente obras y discursos de profesionales chilenos.
Dos libros recientes, ambos de
editoriales independientes y de cuidadosa factura, intentan recoger y difundir
una muestra selecta de la arquitectura chilena actual. “Blanca Montaña”,
editada por Tomas Andreu y Blanca Pertuze de Puro Chile, y “Pulso” (2008),
editada por Jeannette Plaut con la editorial Constructo. Los dos también
confían en respetados teóricos extranjeros su presentación inicial; Miquel
Adria (editor de la revista mexicana Arquine) en “Blanca Montaña”, además de
comentarios teóricos de Horacio Torrent y Pablo Allard, y el historiador
norteamericano Kenneth Frampton en “Pulso”. Así mismo, ambos documentos desarrollan
una nutrida muestra fotográfica de un centenar de obras (coincidiendo en varias
de ellas), con una impresión de peso y calidad. Los textos ensalzan
reiteradamente la producción local, enfatizando su inserción en el paisaje,
capacidad individual y particular sintonía con el escenario internacional. El
recorrido visual de los edificios expuestos da cuenta de su variedad formal y
cromática, dentro de cánones constructivos, rodeados de entornos diversos de
color y textura.
Estos notables empeños editoriales han
sido acompañados también de una profusa aparición de revistas. Varias
independientes, con algún sentido comercial o artístico (o combinando ambos),
como “Trace”, de la misma editora Constructo, que intenta recoger textos y
obras significativas, “Ambientes” y “Diseño+Arquitectura” que mezclan
realizaciones nacionales y extranjeras, o las más erráticas y críticas “Cientodiez” o “SPAM”, como también las
profesionales “CA” del Colegio de Arquitectos, y “AOA” de la asociación de
oficinas de arquitectos. Además de una veintena o más revistas de distintas
escuelas de arquitectura, las cuales han respaldado su expansión con nuevas
publicaciones periódicas, casi en cada una de ellas, y en las instituciones más
antiguas con tres o cuatro, sin diferenciarse mucho temáticamente. En gran
parte iniciadas para divulgar trabajos locales, aunque luego las indexaciones y
debates universitarios, las abren a elaboraciones de amplio espectro, con
programaciones azarosas que dificultan su continuidad y menoscaban su
divulgación. De modo, que aunque recogen testimonios recientes, es difícil
percibir su conjunción.
Los libros monográficos presentan, al
menos por ahora, una persistencia y concentración que les permite divulgar más
claramente su contenido. Destacando la Editorial ARQ de la U. Católica de
Santiago, que en la última década ha editado casi cincuenta libros, con cerca de
una veintena de monografías de arquitectos, de los cuales la mitad corresponde
a jóvenes locales, realizando un notable esfuerzo de recopilación. Aunque la
gran mayoría de éstos son egresados de su propia institución, lo que evidencia
un sesgo promocional. El material fotográfico ocupa claramente gran parte de
los documentos, con planos de cuidadosa elaboración, pero escasa
representatividad y sucintas descripciones (algunas repetidas entre sus mismos
textos). Usualmente complementados con breves presentaciones o escritos de los
autores, que suelen reflexionar sobre aspectos disciplinares con tangenciales menciones
a sus propias obras. La tradicional editorial española Gustavo Gili ha editado
también tres monografías de jóvenes arquitectos chilenos (Klotz, Pezo y Radic).
Otras instituciones nacionales han
editado monografías de arquitectos locales, pero más escasas y diversas, junto
a documentos de desarrollo urbano, educativo, constructivo o histórico. También
algunos profesionales son articulistas permanentes en periódicos nacionales
(Klotz, Assadi, Gray), con comentarios variopintos. Evidenciando que hay una
difusión profusa, pero escasa revisión de la producción o registro de su pensamiento,
en especial desde medios académicos. La exhibición de obras adopta así mismo
una perspectiva de lo exótico, del paraje natural. Limitados a edificios de un
alcance y visibilidad casi nulas para el común de la gente. Esto constituye una
visión sesgada de uno de los países con mayor tasa de población urbana, y por
tanto expresando una arquitectura irrelevante para el común de la gente y casi
nada sobre aquella arquitectura que vivimos a diario. Lo que contrasta con la
vigorosa actividad nacional, y declaraciones de profesionales avezados, comentaristas
externos o los mismos autores recientes.
La voz de los jóvenes
profesionales
Una expresión del pensamiento de los nuevos
arquitectos se puede encontrar en las entrevistas realizadas en “Plataforma
Arquitectura”. Este sitio, emergido también de jóvenes profesionales nacionales,
se ha convertido en un medio de alta preferencia, tanto en el ámbito hispanoamericano,
como también crecientemente anglosajón (con “archdaily” en inglés) y brasilero
(con su versión en portugués). Aunque con intereses y contenidos ambiguos,
presenta una divulgación persistente de arquitectura, brindando una particular difusión
a la producción chilena. Aunque las nuevas tecnologías de comunicación,
son regularmente criticadas por su excesiva visualidad y superficialidad, esto no parece
amedrentar a las nuevas generaciones, que la utilizan como fuente de
información principal.
Desde el año 2009, en este medio se han
publicado unas cincuenta entrevistas a arquitectos sobre su trabajo,
respondiendo las mismas preguntas. Más de veinte de estas sesiones se han
dedicado a profesionales chilenos, quince de éstos egresados en la última
década y media. Lo que constituye un retrato de la postura conceptual de jóvenes
profesionales, en especial porque son seleccionados por tener premios u obras
destacadas. Como también, porque si aceptan ser entrevistados, es que suponen
tener algo que decir. En este sentido, es un conjunto selecto y expresivo,
considerando además que las preguntas no se refieren a describir sus obras o
actividades, sino a su definición de arquitectura, el rol profesional, el
trabajo colectivo y postura frente a los nuevos medios, así como
recomendaciones para estudiantes.
Igualmente llama la atención en sus
declaraciones la reiterada mención a sus esfuerzos laborales, al sacrificio de
montar oficinas, la dedicación combinada de docencia, concursos, encargos
institucionales o residenciales, diseño de muebles o interiores; así como a la incesante
relación con especialistas o mandantes; y a quehaceres cotidianos. Esquivando mayores
desarrollos intelectuales, pero haciéndose cargo de cierta reflexión y
continuidad de su trabajo.
De modo similar, se revela una
formación mayoritaria en universidades tradicionales (incorporando levemente nuevas
instituciones educativas), con postgrados prestigiosos, estancias
internacionales o trabajo previos en oficinas destacadas. Así como una
trayectoria inicial en viviendas unifamiliares de la periferia o de descanso,
pasando, luego de varios años, a establecimientos educacionales o de servicios,
conjuntos inmobiliarios, oficinas y hoteles, incluso decoración y productos, que
alcanzan prontamente notoriedad en el país y el extranjero. En ese recorrido
asombra la escasa presencia del diseño urbano, la gestión pública, la
edificación social, rehabilitaciones patrimoniales o el desarrollo académico o
industrial. Los cuales son prácticamente omitidos, a pesar de constituir temas
centrales del debate local y la actividad nacional.
Las respuestas a preguntas principales
de la disciplina son variadas y personales, con un rechazo persistente a sostener
modelos generales, revelando que al menos en un nivel explícito, se carece de
consensos conceptuales. A la vez que revelan impotencia y contradicciones en
las proyecciones laborales. Lo que insinúa una ansiedad por un mayor rol y
coherencia gremial.
Se evidencia una diversidad de definiciones
que plantean la disciplina en un sentido antropocéntrico y formal (“la relación del hombre con el espacio físico”
dice R. Duque; “el espacio de la gente”,
declara F. Assadi), con referencias veladas a la percepción cualitativa de cada
proyecto. Titubeando entre horizontes globales y problemas locales, entre intereses
personales y demandas del encargo, y entre el cambio creativo y los valores
perennes. Lo que se revela en la pregunta sobre “innovación”, que primero
aprueban enfáticamente para justificar la diversidad de los diseños, pero luego
matizan frente a la herencia histórica de la disciplina, sin revisar su
condición socialmente transformadora.
Los fragmentos visuales de sus obras, intercalados
en los videos de las entrevistas, exponen una intensidad tectónica y formal de
los edificios y entornos, que contrasta con la moderación de sus declaraciones.
De modo que estos documentos revelan testimonios profesionales, que se deben
sopesar con su propio desempeño. También evidencian una audacia expositiva, que
probablemente debería extenderse más en los ámbitos gremiales o académicos, aunque
escasea la argumentación.
Conclusiones
Las expresiones teóricas recientes de
la arquitectura chilena son variadas, pero convergentes en ciertas condiciones.
El eje territorial-constructivo que comparecía en los testimonios de las
décadas anteriores, parece haberse remarcado en un sentido
emocional-pragmático. En que la heterogénea realidad geográfica del país incita
la sensibilidad material y formal de la inserción en el paisaje; y la actividad
laboral concentra las capacidades proyectuales. Este sustrato conceptual parece
enfocar el quehacer profesional en un desarrollo meticuloso que persigue una impresión
perceptual. Elaborando cuidadosamente la obra para provocar sensaciones
espaciales. Esta motivación parece ser la “teoría” (o interés de fondo) que conduce
el trabajo arquitectónico local, sin concepciones explícitas, sino como una
actitud de valores íntimos y tácitamente consensuados.
Lo que se forja en la enseñanza
universitaria, especialmente a través de los talleres de diseño, parcos en
afirmaciones, pero contundentes en sus afanes y en la selectividad formal. Luego
se refuerza en la actividad profesional, por una comunidad gremial y medios de
difusión, con débil organización, pero apasionada visualidad. Esta cultura
académica y corporativa, inculca una ética de trabajo consistente y expresiva,
que aquilata arquitectos escuetos en manifestaciones, pero comprometidos con un
desarrollo proyectual sensible. Asegurando la formulación de obras pertinentes
y significativas, aunque el reconocimiento sea fundamentalmente constructivo o
gremial, es decir que se puedan ejecutar y destacar en la disciplina. Confiando
en la persistencia de los encargos y en la valoración de los colegas (o al
menos la propia, y tarde o temprano de los usuarios), que luego se traspase
socialmente para sustentar un desarrollo profesional. Este sentido conceptual,
es una fortaleza en la medida que constituye un compromiso trascendente, más allá
de la demanda inmediata de los clientes, intentando proveer una contribución relevante.
Sin embargo esta potente capacidad
posee un énfasis pragmático y epidérmico, que desestima las condiciones
culturales generales y las proyecciones de su quehacer (Frampton, 1999;
Plowright, 2009). Lo que se advierte en la tenaz resistencia a adscripciones
colectivas, o a las experimentaciones tangenciales, los arquitectos locales
parecen afanados en su obra puntual, novedosa y delicada, pero respetuosa de
las tradiciones disciplinares. Lamentándose del deterioro urbano y social, pero
persistiendo en una visión particular y formalista. Cuando precisamente han
sido los desarrollos tecnológicos o culturales los que han motivado las
principales transformaciones de la arquitectura. La bóveda, el hormigón armado,
la industrialización o la higiene han promovido nuevos tipos de edificios y
modificado las ciudades, combinado con desarrollos estéticos. Como lo demostraron
los arquitectos modernos planteando sueños revolucionarios, como también
espacios notables.
Podríamos decir entonces que la
arquitectura chilena contemporánea le debe más al aprendizaje y práctica de un
oficio que a una desarrollo intelectual, lo cual lejos de constituirse en
debilidad debe ser mirado como una ventaja. A falta de una formulación teórica
explícita, y con una cierta cuota de ingenuidad, se ha diluido la frontera entre pensamiento y
proyecto generando una visión crítica a partir de la experiencia proyectual.
Es relevante reconocer estas
potencialidades en la enseñanza profesional, para asegurar la orientación
práctica y sensible que está conformando arquitectos destacados y obras significativas,
pero también avizorar su complemento social y técnico, que otorgue mayor
proyección para la calidad de vida. De modo que para sostener una formación
consistente, se debe remarcar la capacidad proyectual, con atención a la
situación local y desarrollo compositivo. Pero además integrar progresivamente
una reflexión cultural y experimental, que permita comprender el devenir social
y protagonizar innovaciones sustanciales en el desarrollo urbano y
constructivo.
Agradecimientos
Se agradecen los valiosos comentarios de Rodrigo Chauriye (Arqto. UCH) y Rubén Muñoz (Dr. Arqto.UBB). Este
artículo, elaborado en el verano del 2013, proviene del proyecto de investigación DIUBB 061702-3
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