P => C => E+
La arquitectura, según la mayoría de las declaraciones teóricas, implica proyectar construcciones para albergar adecuadamente las actividades humanas, otorgando emociones positivas a sus ocupantes (como también a visitantes temporales o incluso espectadores a distancia).
Esto se puede resumir en una ecuación simple, en la que estos tres aspectos (Proyectar, Construir, Emocionar) se pueden relacionar, según la notación matemática, en el sentido de lectura de izquierda a derecha. Se podría considerar quizás, como objetivo último la utilidad del espacio, como hacen muchas normativas o documentos arquitectónicos, pero sabemos que la búsqueda final es más cualitativa que operativa. De hecho es difícil definir que es adecuadamente funcional, además de un tamaño apropiado del espacio para ocuparlo y la iluminación o la temperatura necesaria. Esperamos algo más para valorar arquitectónicamente un lugar. De hecho, un mismo edificio o recinto puede cambiar de ocupación y otorgar igualmente una experiencia espacial agobiante o sobrecogedora. Entonces reconocemos que el sentido permanente, es más bien una vivencia emocional.
La ecuación se podría considerar también en el sentido inverso (de las emociones al proyecto), identificar las percepciones como una manera de entender el trabajo de diseño de algún arquitecto. Discriminar cuales aspectos proyectados generan una percepción positiva al visitante. Pero en general se fundamenta en un sentido proyectivo hacia el futuro; el arquitecto define condiciones en el proyecto, que se puedan construir e inducir valoraciones positivas de los ocupantes. Este supuesto guía usualmente a los proyectistas, a partir de su formación, en que se suelen presentar experiencias que demuestran esta relación, y vivenciarlas parcialmente con ejercicios de diseño y visitas a obras. Luego en la práctica, ocasionalmente se verifica por comentarios de los ocupantes o visitas del propio autor. Ciertamente esta formulación requiere muchas precisiones, y posee probablemente distintas connotaciones culturales o históricas, que podrían ser revisadas, y constituyen el cúmulo de conocimiento implícito del trabajo arquitectónico.
¿Qué sentido tiene entonces intentar reducirlo a una sencilla notación? Quizás en un símil a la teoría de la gravedad o de la relatividad, que pueden expresar leyes fundamentales de la naturaleza en un breve expresión, esta formula permite al menos alumbrar una parte del sustrato empírico del trabajo arquitectónico.
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