“A Concepción, un espejo roto” es el legado que le entrega el
poeta Gonzalo Rojas a la capital pencopolitana en su texto “Materia de
Testamento”. Se refiere probablemente a las diversas lagunas desperdigadas por
el área metropolitana que reflejan el cielo, y se entrecruzan con el rio, el
mar y los charcos de agua, en innumerables extensiones plateadas, de distintos
tamaños y formas. O quizás simplemente, sugiere que la ciudad es el reflejo
truncado de otras áreas metropolitanas mayores que intenta reproducir infructuosa e incesantemente (como en
realidad lo hacen todas las ciudades hoy en día de otras mayores o más distantes,
y terminan convertidas en mosaicos urbanos repetidos y similares). Gonzalo Rojas
falleció y no sabremos que finalmente pretendía decir. Tampoco era un
especialista en geografía o identidad urbana, ni vivió mucho tiempo por esta
ciudad, ni tiene mucho sentido debatir si esa mención, es realmente un
calificativo o es sólo una figura poética. Pero se puede interpretar al menos en estos dos sentidos, uno
paisajístico o más material; y otro más conceptual e histórico.
Lo que es indudable, es que los cursos y aglomeraciones de
agua pueblan esta ciudad frecuentemente, como la lluvia y humedad persistente.
Es habitual divisar estas pequeñas lagunas entre los barrios residenciales y
cerros, atravesar el extenso rio Bio-Bio y su devenir cambiante entre bancos de
arena y matorrales, como también divisar el mar o caminar esquivando las
innumerables pozas. Superficies reflectantes que interrumpen la vida urbana
como acompañantes cotidianos en distintos momentos y tamaños. La mirada los
percibe a la distancia como planos refulgentes entrecortados en el entorno, que
cautivan brevemente la atención. A veces podemos mirarlos mas largamente, o
debemos sortearlos apresuradamente. Pero siempre quedamos algo atraídos por su
brillante tersura. A veces, el reflejo reproduce trozos de formas y colores que
invitan a descifrar el entorno, o en las noches la repetición de luces sugiere
un desconcertante ambiente caleidoscópico. Pero usualmente sentimos un extraño impulso que invita a sumergirnos o deslizarnos en sus superficies. Aun
sabiendo que sería imposible desplazarse sobre estos planos líquidos (a menos
de disponer de artilugios o poderes divinos), percibimos un leve empuje corporal al divisar sus superficies. Esta tensión probablemente se origina por
sus bordes ásperos y ondulantes, que la mirada recorre para intentar comprender
su perímetro, muchas veces fragmentario. Es decir, el perfil irregular de estas
superficies y la comprensión visual de su forma motiva una leve atención y
percepción de profundidad como si avanzáramos en su dirección. Casi como un
deseo atávico de lanzarse a sus inciertas honduras, pero es solo la interpretación
intuitiva de una profundidad espacial, por trozos de bordes en extensión.
Aunque también percibimos su superficie rugosa, y razonamos la imposibilidad de
sumergirse o sostenernos. Pero las claridades del brillo, y sus bordes sinuosos, generan una impresión
espontánea de proyección espacial. Este incesante y parcial desplazamiento
marca entonces la percepción urbana en la ciudad de Concepción. Un area urbana
que no se caracteriza tanto por espacios plácidos o refugios acogedores, sino
mas bien de una persistente y fragmentaria proyección. Las superficies
reflectantes quedan entonces entremezcladas en el acontecer cotidiano como
sorpresivos atractores visuales, que demuestran también la percepción integral
de nuestro entorno arquitectónico.
Memorial 27F-2010