El lema de la “Arquitectura Sustentable” se ha asumido ampliamente en los últimos años, en la mayoría de los ámbitos laborales y académicos,...pero oculta un dilema esencial.
La sustentabilidad en arquitectura se ha planteado desde la simple aplicación del sentido común (según afirmó un premio Pritzker el 2013), hasta engorrosos cálculos energéticos, de materiales reciclados o certificaciones comerciales. Convirtiendo al apelativo de “sustentable” a una condición tan variable, que puede abarcar desde la pertinencia cultural, la participación social en el diseño, el acceso al edificio, los gastos de electricidad, la contaminación atmosférica o el carbono contenido en los productos constructivos. Sin dejar de mencionar que cualquier ligero avance en alguno de estos aspectos es utilizado para calificar un edificio o material como “ecológico”; no sólo por inmobiliarias o fabricantes, sino también por especialistas y profesores de arquitectura. Por eso también muchos edificios de épocas pasadas, con distintas ocupaciones o contextos, son apreciados como "sustentables", comparando su sencillez con las complejas tecnologías actuales, aunque muchas de sus características son actualmente inaplicables o inadecuadas. Sin embargo, la enorme producción de residuos, el vasto consumo de recursos o la generación de gases de invernadero de la edificación, son aspectos ambientales, que muestran que la arquitectura está lejos de asegurar sustentabilidad; sino que al contrario, esta agotando las fuentes materiales, produciendo entornos asfixiantes y cambios climáticos globales. Como también suscitando carencias en gran parte de la población y deteriorando severamente áreas naturales.
Las condiciones de sustentabilidad son verificables y modificables en la arquitectura, aunque esto no deja de ser complejo y tedioso. Pero no sólo las dificultades técnicas parecen generar la omisión o desinterés de los profesionales en revisar los diseños y aplicar éstas características, es un dilema que emerge de un interés diferente. Aunque algunos arquitectos evalúan los impactos ambientales de sus proyectos e intentan asegurar un menor uso de recursos, integrar poblaciones desfavorecidas o consultar a las comunidades; los preceptos espaciales siguen orientados por otros aspectos. De hecho, todavía es difícil distinguir cuando una arquitectura es “sustentable”, frente a otra mas "convencional", mas allá de agregarle vegetación, paneles solares o certificaciones. Las obras destacadas deben informar que han cumplido ciertas condiciones de sustentabilidad, porque se sigue valorando visualmente otros aspectos. En la profesión y enseñanza, existe un acuerdo amplio que la sustentabilidad es un valor trascendental en la obras, y se ha comprometido oficialmente, pero los edificios siguen realizándose de manera similar. No sólo por la escasas evaluaciones y aplicaciones de los proyectos, sino también por una contradicción central, que se revela en las apreciaciones de los diseños (que reconocen la sustentabilidad en algunos accesorios o registros, pero no en los aspectos principales). Es decir, hay un consenso “discursivo”, pero una valoración “práctica” distinta.
Al apreciar una obra de arquitectura prevalece la concepción que su calidad (espacial, estética o formal) se determina de manera personal e instantánea, por la percepción individual e inmediata ("como se ve el edificio ahora"). Aunque es posible una gran variedad de calificaciones o argumentos, lo central es que se basan en la impresión subjetiva y actual. Sus atributos espaciales se advierten por la apariencia inmediata de los observadores o mandantes (o algunas pocas veces, por los usuarios o paseantes). Lo que parece sensato, pero es una contradicción esencial con la sustentabilidad, que por definición es una perspectiva colectiva y temporal. Según el consenso general (establecida por el informe Bruntland de 1987, con algunas controversias y matices), la definición de sustentabilidad es “asegurar los recursos para las futuras generaciones”. Es decir, atender a muchas personas por largo tiempo (incluyendo a los que no ocupan el edificio, pero son afectados por sus materiales o ambientes deteriorados). Por eso se evalúan periodos climáticos, desempeños anuales, productos renovables, tradiciones culturales, cuencas geográficas y proyecciones demográficas.
De modo que lograr un edificio satisfaga a una persona en el momento (al visitante u observador de una obra arquitectónica), es distinto que preservar la situación de otras personas a lo largo de mucho tiempo. Además, que usualmente la apreciación inmediata suele ser óptica y formal, y la valoración sustentable, mucho más amplia y diversa. Obviamente esta contradicción no es absoluta (no se excluyen, por tanto, seria posible lograr ambas), pero al menos es una “tensión implícita”, ya que contemplan diferentes objetivos con alcances distintos. Es posible lograr que un edificio asegure los recursos de futuras personas, pero a la vez permita la satisfacción o acogida de los individuos presentes. Conciliar apreciaciones individuales e inmediatas (como el aspecto espacial), con condiciones de largo plazo y magnitud (como el impacto ambiental) es factible, pero debe al menos reconocer esta disparidad y valorar su balance en el diseño. Pero, por lo que se advierte en el desempeño y enseñanza, aún estamos arraigados en el precepto personal e instantáneo, aunque valoremos la condición de sustentabilidad, parece todavía distante y compleja de reconocer.

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