
La proliferación de medios de comunicación digital ha
generado nuevas actividades, que pueden parecer algo anodinas, como
“sacarse una selfie”, pero por su popularidad parecen significar mucho para las
personas, y parece también, para los entornos que habitan. Debemos considerar que la “selfie”, exhibe
dónde estamos, con quién nos encontramos, y que estamos haciendo (y a veces otras
cosas más). Es una forma de comunicación social (o registro personal; o sea también de
comunicación con uno mismo), expresando la situación espacial y funcional en ciertos
momentos. Esta capacidad tecnológica permite transmitir casi inmediatamente a muchas
personas (y guardar en archivos digitales), la constancia visual de nuestro
quehacer en el espacio. Luego, los demás pueden interactuar (comentar o realizar
actividades), según esta información. A veces, felicitar por encontrarse ahí, lo bien que pareces estar pasando, con quién, etc., o también denostar o denunciar, o simplemente divisar, como hacen muchos, en esta nueva comunidad global. La connotación arquitectónica de este
hecho, es relevante por cuanto la comunicación es uno de las acciones esenciales
del acontecer espacial. Por ejemplo, las habitaciones acogen y limitan nuestras
conversaciones personales; los salones permiten diálogos mas amplios y
diversos con visitantes; las plazas y calles se definen por las distancias de comunicación móvil u visual entre habitantes y grupos.
Aunque, ya el relato oral, imprenta y el cine impulsan una comunicación fuera del ámbito construído; nunca un medio de comunicación había dispuesto de
la ubicuidad, visualidad e instantaneidad que provee la "selfie".
La selfie exterior, por ejemplo, exige colocarse a cierta distancia con
el edificio, monumento o paisaje; y ubicar una vista que éste sea
reconocible por todos, dentro del estrecho marco fotográfico (aunque ya están las
selfie 3D o RV, que poseen mayor amplitud). Se debe recorrer el lugar, mirar lo que se muestra, advertir si se parece a lo que se conoce de ese sitio, buscar una posición para permanecer un momento, acomodarse en relación a lo que se quiere mostrar, arreglarse un poco. Luego, poner de manera adecuada
de la cámara (con el brazo o soporte), revisar la toma, ajustar la ubicación de las personas y del fondo expuesto. Moviendo la cámara y las posturas individuales, e incluso
trasladándose en torno al edificio o respecto al paisaje. Balanceando en la
imagen la parte del campo visual ocupado por las personas y el fondo, y determinando
que se expongan elementos que sean identificables por espectadores de lugares
distantes (o por la memoria de uno mismo). Este posicionamiento y reconocimiento, requiere una atención del visitante
y una disposición en el contexto, así como una búsqueda de componentes
espaciales de amplia difusión. De hecho, en los grandes monumentos hay
lugares reconocidos para sacarse selfie (y también para realizar algunos graciosos trucos
visuales); aunque naturalmente muchas construcciones permiten diversos ángulos,
desde ciertas distancias o lugares se obtiene mayor reconocimiento. Esta posición corresponde usualmente a vistas fotográficas
previamente difundidas en el caso de edificios o monumentos de relevancia, pero
también de tipologías mas domésticas. De modo que se establece un dialogo entre
la situación del edificio y su memoria global (¿si saco la foto desde aquí
se darán cuenta donde estoy?), que comienza con el reconocimiento
de encontrarse en un lugar (o en una vista) significativa para alguien más (o
para uno mismo en el futuro). Lo que se advierte, en el momento que oscila entre el asombro
del lugar, y voltearse para realizar una toma de la cámara (y a veces decirle a los acompañantes que se retiren o se acerquen). Exagerando algo los gestos personales para expresar la singularidad de la situación y/o la complicidad con los espectadores, o con los propios recuerdos futuros. Se puede obtener también una
vista panorámica del lugar, pero no es la misma evidencia o expresión, con las personas .
Esta relación comunicacional del edificio, supera por tanto su posición en el
paisaje o la estructura urbana, extendiéndose hacia el público general. La condición de hito se focaliza en su perfil visual, y además se trasmite ampliamente,
en consonancia con los medios y el conocimiento global. De este modo, los componentes y
perfiles mas expresivos emergen como elementos distintivos.
La selfie interior, esta mas orientada a
exponer la actividad personal, pero también en un cierto ambiente.
Transmitiendo la situación a otros alejados en la distancia o el tiempo, que
por tanto, no viven las mismas condiciones espaciales. Se extiende a los demás, o en la memoria, con la emoción del momento, gesticulando corporalmente, pero sin las percepciones locales. La alteración lumínica,
la ausencia de sonidos o de sensación de temperaturas o vientos del lugar, es
ajena a estos observadores lejanos o posteriores. Trozos de paredes, muebles recortados, cambios de iluminación, sugieren lugares, pero no determinan configuraciones precisas. Se comunica, a veces impulsivamente, la
situación personal del momento, usualmente enfatizada con gestos o posiciones, pero también algo desvaída y fracturada la condición del
espacio, ajena a su condición vivencial. Lo que se advierte después de la toma, cuando todos vuelven a su posición regular, algo desatendida y cotidiana.
De modo, que en ambos recursos, disponemos de una nueva
potencia comunicacional de la obra y espacio arquitectónico, pero con
singularidades que tensionan su proyección y vivencia. La realidad
presente y persistente de la experiencia arquitectónica se despliega en un
horizonte global; pero también se difumina entre sus perfiles icónicos y ambientes fracturados. El protagonista adquiere también una calidad de
representante de su comunidad social o personal, de visitante delegado a
testimoniar su presencia, pero no de asumirla cabalmente. Puede permanecer unos instantes
si las condiciones son muy inclementes o estar prolongadamente, y eso es
irrelevante para la evidencia gráfica. Pero más que la celeridad del registro,
lo significativo es la futilidad de la condición de albergue que usualmente
orienta la arquitectura. El sentido de protección climática o privacidad que
determina la protección y configuración de recintos, se desgarra en esta condición
comunicacional.
La arquitectura-selfie en ese sentido, no es simplemente la farándula turística o la exacerbación de acontecimientos domésticos, es la disgregación de la vivencia y la experiencia. Siendo la vida un acto eminente social, aunque muchas veces se realiza en privado (de otros). La percepción del lugar se aleja de su situación material para adquirir una proyección temporal y comunitaria. Los espacios de la arquitectura-selfie puede ser entonces mas visualmente distintivos o anodinos, pero también mas incorpóreos. Con una realidad material relegada a su posición geográfica, su propiedad institucional, su presencia óptica y su engarce cultural. La condición perceptual es solamente asumida tardíamente, después de la toma; en la permanencia solitaria, posterior y ajena a la comunicación, cuando las expresiones se calman, cuando se apaga la cámara.
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