La emergencia sanitaria, que enfrentamos actualmente en casi todo el mundo, está afectando la arquitectura y la ciudad, en varios aspectos y algunos probablemente permanentes. No sólo por la duración y gravedad de la pandemia, sino por su combinación con tendencias sociales que estaban emergiendo en todo el mundo, como en Chile con el estallido social y otros profundos dilemas culturales. Ciertamente las precauciones sanitarias y la atención médica son prioritarias en ésta emergencia, pero también otras medidas y actitudes expresan relevantes cambios en los edificios y áreas urbanas. La sanitización y cuarentenas obligatorias, que restringen las actividades y traspasan gran parte de las relaciones sociales a la mediación digital, se suman a una creciente identidad individual y colectiva, que está renovando el habitar doméstico y ciudadano. Aunque también perviven tensiones conservadoras e inercias institucionales, así como una eventual recesión económica y agudas inequidades.
La demanda futura de las viviendas deberá considerar más variedad de ocupación, quizás con más recintos y tamaños mayores, pero también calidad y flexibilidad. Ahora somos más conscientes de un mejor asoleamiento, separaciones internas, mobiliarios adaptables, conectividad digital, vistas exteriores, una cocina amplia y calefacción adecuada. Posiblemente tampoco se requieran ubicaciones tan céntricas, porque estaremos más acostumbrados a quedarse en casa y no perder tanto tiempo en transporte.
Los restaurantes, edificios públicos, gimnasios, centros comerciales, escuelas y oficinas, ahora desocupadas, probablemente volverán a utilizarse; pero con medidas sanitarias, menos personas o turnos de ocupación. Lo que conlleva un menor requerimiento de estos establecimientos; que deberán ser mas amplios, mas distanciados y por ende, más caros y escasos, o poco asiduos. Los ingresos mas cubiertos y controlados, y los salones colectivos plagados de separaciones. Se reacomodarán las tipologías constructivas y la estructura de las ciudades, como las calles y áreas verdes con mas espacio peatonal y menos circulación vehicular, o al menos con un uso más ocasional.
La intensidad doméstica tiene también una connotación vecinal, en el pequeño comercio local, los recintos comunitarios y redes de información. El fortalecimiento territorial produce una distancia con las grandes instituciones, corporaciones y actividades globales, que proliferan y aumentan en la interacción digital, pero cada vez más lejanas. Así los monumentos arquitectónicos que glorifican a las grandes entidades van diluyendo su sentido urbano, y las infraestructuras se focalizan en la conectividad y transporte de bienes.
La experiencia espacial, que sustenta el bienestar arquitectónico, se redescubre en la vivencia doméstica y vecinal. Con lugares más singulares y cómodos, mas integrados a la naturaleza y la comunidad. Buscando la belleza de los rincones y las relaciones, en vez de las construcciones grandilocuentes y atestadas. En una arquitectura más cercana y plácida.
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