Se dice que refugiarse es el acto primigenio de la arquitectura, que protegerse frente al entorno y ejecutar un albergue es su evento inicial, porque brinda amparo y permanencia. Pero podemos retroceder un poco más, y entender quizás algunos aspectos más profundos.
Cuando caminamos a campo traviesa (en las pocas oportunidades que ahora podemos permitirnos eso), a veces, de improviso nos encontramos con un sendero. Aparece una huella, una parte del suelo algo desgastada, que sigue de manera mas o menos continua a lo lejos. Este hecho, algo anodino, interrumpe el deambular y nos inquieta levemente. Nos puede incitar a seguir el recorrido por su huella (en alguna de sus direcciones), porque probablemente lleva alguna parte relevante. O también, lo podemos dejar pasar, para no cruzarnos con otras personas que puedan pasar. Pero lo importante es que es una señal, un lugar en el espacio que indica la acción humana en el paisaje. Escasas especies animales dejan huellas en la naturaleza, y cuando las realizan, son más irregulares, más grandes o más pequeñas. Entonces reconocemos la traza de un caminar humano, advertimos que es un territorio previamente circulado, conocido por otros, colonizado con trayectorias definidas y quizás hasta faenas o dominios determinados. Con una cierta ocupación regular, destinos frecuentes y una función establecida. A veces lleva a un mirador, a un lugar más amplio o una salida; sugiere algunas vistas, desvíos o alteraciones; es una obra humana y utilizada ocasionalmente por personas. Lo que establece una condición social, nos advierte que estamos atravesando un lugar conocido y transitado por otros. Que podemos evitar o utilizar expresamente. Entonces el sendero, un pequeño hecho en el paisaje, implica claramente una apropiación del espacio, una utilidad y una intención. Eventos esencialmente arquitectónicos.
Mas aún, al encontrar un sendero, entendemos que podríamos encontrarnos con otros. Asumimos que alguien puede pasar, y quizás saludar o preguntar algo a quien se aproxima. Entonces decidimos alejarnos del sendero, distanciarnos para evitar estos posibles encuentros y asegurar un peregrinaje mas solitario o independiente. Como también, a veces optamos por mantenernos o seguirlo, aceptar la eventualidad de compartir o de dejar pasar alguien que aparezca por el sendero. Y por su ancho o lo agreste del entorno, implicará que tengamos dejarle paso a otra persona, esperar en algún rincón o establecer algún acuerdo de cruce. La medida transversal del sendero, y su entorno, establece el tipo de encuentro o interrupción que haya que ejecutar. Detenerse y dar la pasada, o mantener el ritmo y agradecer el paso, o cruzarse libremente con una leve mirada. Quizás sea la oportunidad de entablar algunas palabras, averiguar cuanto queda o que sucede después, o simplemente un breve comentario. A veces con el temor de alguna novedad que nos impida continuar, como estar internándose en un sector prohibido o peligroso, o sin destino. Como también pueda ser una información grata o un encuentro inesperado, o un acuerdo que permita continuar en conjunto. Ser parte de la comunicación y la acción colectiva. Podemos caminar en el sendero con esas posibilidades sociales en ciernes, en un deambular levemente mas dirigido y compartido.
También hay senderos mas escabrosos, mas suaves o empinados, mas difíciles o sencillos. Internándose en el bosque, por riscos, laderas o huellas apenas marcadas en planos parajes. En algunos momentos, en curvas oscuras o guarecidos por los árboles. En otros, con una vista plena del paisaje y del entorno. El sendero es una guía por el territorio, y nos invita a recorrerlo en cierto orden. Despliega la geografía en un sentido lineal y relevante. Implica un conocimiento previo de un lugar y elecciones apropiadas para circular y llegar de manera más segura. A veces con pequeñas señales o vueltas que nos aseguran un recorrido sin mayores dificultades. Regala una experiencia comunitaria y una historia en el lugar. Que trae contenidos funcionales, como llegar rápidamente a un destino (que a veces ni siquiera compartimos o pretendemos arribar), pero también como recorrerlo con seguridad, de manera placentera, reconociendo el paisaje y sus singularidades. Una experiencia de relación con el entorno, con la comunidad y la cultura del lugar.
Luego, al detenerse un momento en el sendero, aunque sea para mirar alrededor, o por algo mas de tiempo, para tomar un respiro, acomodar algo, descansar o incluso quedarse brevemente, una leve inquietud se despierta por si viene alguien y molestarle el paso. El sendero es casi un derecho de circular por cualquiera, incluso animales. Entonces permanecer ahí un instante puede impedir el paso, y naturalmente al quedarnos, nos desplazamos a un costado, en un rincón o a una pequeña distancia para no perder contacto, para divisar si viene alguien. Mientras perdura el momento, quizás perdemos atención al sendero, pero sabemos que esta por ahí cerca, que lo podemos encontrar y retomar. Quedándonos ahí por horas, dias, años o décadas; algo distantes o con nuestra propia huella en relación al sendero que nos conecta con otros posibles lugares y personas. Cuando permanecemos, se gesta el refugio primordial, la arquitectura permanente, pero en conexión con lugares, comunidades o eventos distantes.
Esta es la enseñanza final del sendero; que la arquitectura primigenia, el refugio que acoge el permanecer, no es un espacio aislado o indiferente al mundo. No es sólo una cobertura, un encierro del cuerpo y de mi grupo cercano. También es una localización, que en ese acto, reconoce a los demás, lo lejano, lo diferente, lo publico, lo temporal, percibe su existencia y su eventualidad. Tiene distancia al sendero, que existe y lleva a los otros, o ninguno y se desconecta persistentemente. Pero es parte de un cuerpo social, histórico y geográfico. El espacio único, propio, personal e inicial, existe con los demás. Una contradicción subyacente que permite entender, quizás con mayor sentido en épocas de pandemias, el carácter social de la arquitectura.
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